¿Qué es la autoestima? ¿Cómo puede tipificarse? ¿Qué cuestiones conlleva cada tipo de autoestima y cuáles son sus principales diferencias?
La autoestima es una autoevaluación en la que participan sentimientos, pensamientos y actitudes. La autoimagen y la autoafirmación, además de la aceptación y el respeto que se tiene respecto de uno mismo, son cuestiones que participan en las dimensiones que la componen, todos factores de gran influencia al momento de relacionarnos socialmente.
La psicología humanista, con aportes de Rogers y Maslow, entre otros exponentes, enfatiza el rol que la autoestima ejerce en dos cuestiones fundamentales: el crecimiento personal y la autoactualización. Afrontar riesgos sin garantías para alcanzar niveles más elevados de experiencia y a la vez ir renunciando a lo conocido, es algo que está íntimamente ligado a la autoestima.
En cuanto a la concepción psicoanalítica, Freud postulaba que una parte de la autoestima es primaria: el residuo del narcisismo infantil; otra procede de la omnipotencia confirmada por la experiencia (del cumplimiento del ideal del yo); y una tercera, de la satisfacción de la libido objetal.
Siendo niños comenzamos a autoevaluarnos a partir de cómo los demás nos ven, cómo nos tratan y qué nos dicen acerca de quiénes somos. Un adulto que le dice a un niño que es especial, que es genial o maravilloso independientemente de sus verdaderas capacidades y de las circunstancias, reconociendo sus logros y sus puntos fuertes pero sin prepararlo o entrenarlo en la mejora de los no tan fuertes, conduce a una autoestima vacía o artificial, una falsa autoestima que habilita luego un contraste o discrepancia entre expectativa y realidad.
La verdadera autoestima no es sentirse bien en todo momento. La autoestima genuina o auténtica implica conocer cómo recuperarse ante la adversidad sin darse por vencido.
Una persona con baja autoestima puede sentirse devastada debido a un revés o un mal resultado. Por el contrario, una autoestima elevada puede, aún con tristeza o enojo, brindar los medios o recursos psicológicos que evitan sentirse aniquilado por el fracaso, el rechazo o la decepción.
La auténtica autoestima provee una suerte de amortiguador de los golpes que la vida nos propina. El ser perseverantes en momentos de adversidad, el poder hacernos más sabios a partir de un contratiempo y la disposición a enfrentar desafíos son tres elementos relacionados con la autoestima genuina.
Una de las principales diferencias entre ambas clases de autoestima es que, en la auténtica, la persona está preparada para anticipar un resultado negativo y el disgusto que conlleva. Dado que el fracaso es una parte inevitable de la vida, lo que importa es cómo respondemos a eso. Si se quiere conocer la fortaleza psicológica de un estudiante, por ejemplo, hay que atender lo que ocurre luego de un mal trago, de un mal resultado, no cómo reacciona ante el éxito.
Otra característica de la verdadera autoestima es el sentido del realismo, pues existe una delgada línea entre ser perseverante y ser obstinado. Se es realista cuando se conocen los pasos requeridos para alcanzar un resultado deseado y se sabe si se tiene la capacidad para lograrlo. En otras palabras, no se trata de pensar que todo es posible simplemente reponiéndose luego de cada caída, sino de levantarse y además realizar los ajustes necesarios para alinear los planes al actual potencial, revisando los objetivos para discernir si son actualmente viables. Esto es algo que puede desarrollarse a través de la experiencia, algo que puede aprenderse con la práctica y la exposición repetida. La adversidad nos presenta oportunidades de mejora y de aprendizaje pero, para aprovecharlas, un ajuste que implique cambios es necesario para incorporar la habilidad de maniobra o de manejo de cara a futuro y así desarrollar la resiliencia.
Hablar de lo que nos sucede es una alternativa viable de efecto reparador. Dar lugar a la palabra es habilitar la (auto)comprensión, el asumir responsabilidad, la incorporación de herramientas eficaces para lograr respuestas novedosamente diferentes ante la adversidad. Como dijo un gran sabio: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Podemos hablar.