La preocupación engloba el conjunto de pensamientos e imágenes que el sujeto interpreta como amenazantes. A continuación intentaré analizar brevemente su funcionamiento y algunos aspectos vinculados.
La preocupación puede considerarse como el componente cognitivo de la ansiedad, el intento que toda persona realiza por involucrarse mentalmente en la resolución de un problema cuyo resultado es incierto, con posibilidad de llegar a ser negativo; de ahí su estrecha relación con el proceso del miedo. Otros componentes de la ansiedad son el fisiológico (conjunto de sensaciones físicas como, por ejemplo, sudoración, palpitaciones por frecuencia cardíaca rápida o irregular, aceleración de la respiración, temblor, tensión muscular, opresión en el pecho, etc.) y el conductual (comportamientos del sujeto con connotaciones de huída, evitación, lucha, etc., en pos de liberarse de la percepción de amenaza).
La preocupación puede, si es verbalizada, reducir la excitación fisiológica y las imágenes negativas relacionadas con el factor estresante; puede también conllevar la idea de control sobre los resultados futuros. Mencionando algunos ejemplos, la preocupación a corto plazo puede ser productiva si ayuda a planificar y resolver cuestiones; también puede ser útil si conduce a nuevas perspectivas sobre un determinado problema.
Razonando y pensando encontramos soluciones a gran cantidad de problemas que la vida nos presenta. Razonar implica reflexionar y tomar partido por una opción, idea o decisión determinada. Los pensamientos, muchas veces, nos ayudan a imaginar otras realidades, explorando “en la mente” aquello que no vivimos en la realidad. Ahora bien, considero importante establecer una diferencia entre pensar de un modo constructivo y pensar en exceso.
Circuito de pensamientos sin salida.
El inconveniente se da cuando la preocupación ofrece más y más posibilidades negativas: un pensamiento negativo conduce a otro y el malestar crece en una especie de “loop” o circuito de retroalimentación negativa. La preocupación, de este modo, se convierte en rumia; el pensamiento se torna ineficazmente persistente y repetitivo, revisando o “mascando” la misma información una y otra vez sin encontrar ninguna respuesta nueva.
Hablar de lo que nos sucede es una alternativa viable de efecto reparador. Dar lugar a la palabra es habilitar la (auto)comprensión, el asumir responsabilidad, la incorporación de herramientas eficaces para lograr respuestas novedosamente diferentes ante la adversidad. Como dijo un gran sabio: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Podemos hablar.